4.03.2008

¿Qué nos dejó el conflicto?

Pasaron 3 semanas de conflicto, las familias y entidades del campo suspendieron el paro por 30 días, comenzando un período de tregua que se aventura como punto de partida para la solución actual de este conflicto que mantuvo en vilo al país durante 21 días.

En medio del conflicto llegó a mí una frase interesante que quería compartir: "En la sociedad, el hombre sensato es el primero que cede siempre. Por eso, los más sabios son dirigidos por los más necios y extravagantes"-Jean de la Bruyere, 1645-1696, escritor francés-.

Me pregunto, ¿qué nos dejó este conflicto? Quiero creer que el conflicto, la crisis, supone un cambio, generalmente constructivo y positivo, permite resurgir renovado. Un filósofo español dijo alguna vez que en la vida hay que morir varias veces para después renacer. Y que las crisis, aunque atemorizan, nos sirven para cancelar una época e inaugurar otra. Amén.

Me mantuve atento a todo lo que iba sucediendo, me comprometí mucho con el tema y me informé como pocas veces, casi al punto de la saturación. Debo reconocer que con los años, después de varias idas y venidas, aprendí a querer a mí país.

Al pasar de los días transitaron por mí varios sentimientos como la preocupación, la indignación, la bronca, la ignorancia ante algunos temas, el posterior aprendizaje, la impotencia, la esperanza, la desilusión, la ansiedad, el compromiso, la necesidad de expresarme y debatir, el miedo y las ganas de sumar -entre tantos otros sentimientos-.

Pude confirmar que la soberbia, la arrogancia y la prepotencia no nos conducen hacia ningún lado, en vez de unirnos nos distancia; y que el afán y abuso de poder no son buenos aliados de los gobiernos y se sufren más en democracia.

Fueron días agitados, muchos de nuestros intelectuales y referentes -analistas, periodistas, sociólogos, politicólogos, economistas, filósofos- se comprometieron y se animaron a opinar, a compartir su visión del conflicto, a explicarnos cómo son las cosas, cada uno desde su lugar y sumando al interés general. Me quedo con éstos -más allá de las discrepancias alguno de ellos- y no con quienes se mantuvieron callados, como ajenos al conflicto; no se animaron a opinar y, si lo hicieron, fueron portavoces de intereses ajenos, faltos de autoridad moral y convicción personal. Una realidad muy triste, penosa.

En fin, hubo una vasta actividad intelectual y debate. Personalmente, me parece de lo más positivo; considero que sumó y espero que sea un ejercicio que practiquemos más a menudo.

Veremos qué nos depara el futuro. Quiero creer que este conflicto que vivimos nos enseñó que sin visión a mediano y largo plazo, sin planificación y sin un rumbo, sin un modelo claro de país y objetivos compartidos, sin transparencia, enfoque y sinergia, no vamos hacia ningún lado. La realidad nos demostró que hay un camino que no debemos transitar porque seguiremos peleándonos ciegamente entre nosotros, dividiéndonos e involucionando; pero también nos dejó vislumbrar que estamos ante una nueva y especial oportunidad para crecer y salir adelante juntos. Espero que así sea.

Pueden decir que soy un soñador, pero creo no ser el único.
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5 comentarios:

Unknown dijo...

Luis:
Comparto mucho tu postura con respecto a esta situación. Ojalá todos podamos realizar reflexiones como las tuyas y que cada uno haga trabajar su cabecita.
Fundamentalmente comparto que debemos sacar conclusiones constructivas del tema. Espero que todos podamos aportar el granito de arena para no permitir que este país sea manejado por gente que solo quiere su propio progreso.
Te mando un abrazo y gracias por compartir esto con nosotros.

Anónimo dijo...

Personalmente me dejó en primera instancia mucha preocupación dada la actitud presidencial, y de todo el gobierno en general, de paranoia (vivir una opinión diferente como intensión de ataque y agresión), narcisismo (es incuestionable mi actituud, mi belleza, mi buena intención, mi, mi, MI, MI..........), autoritarismo (no hay diálogo, si no les gusta se joden, nosotros mandamos qué carajo!).
Me confortó ver a los chacareros unidos y a gente que en general no le interesa nada, pensar, hacer propio y tomar posición

Luis A. Borja López dijo...

Gracias por participar. Estoy convencido que estos espacios de encuentro construyen.

Gracias por sumarse y animarse a opinar.

Los invito a darse una vuelta periódicamente por el blog para opinar sobre diversos temas de interés. Pueden hacerme llegar por e-mail temas o casos que crean que son necesarios difundir.

Saludos cordiales,
Luis

Anónimo dijo...

Hola Luis me pareció muy atinado tus comentarios respecto a este eterno conflicto entre ricos y pobres o entre ciudad y campo o entre gobernantes y gobernados. Es muy importante la participación de la juventud en estos temas calientes, dado que aportan aire fresco a los principios y postulados arcaicos y obsoletos de nuestra dirigencia política.
Quisiera aportar además la carta abierta que Fernando Peña le envió a Cristina y que me parece muy actual y reflexiva.Hasta el próximo encuentro Adriana López
29.03.2008

Cristina, mucho gusto. Mi nombre es Fernando Peña, soy actor, tengo 45 años y soy uruguayo. Peco de inocente si pienso que usted no me conoce, pero como realmente no lo sé, porque no me cabe duda que debe de estar muy ocupada últimamente trabajando para que este país salga adelante, cometo la formalidad de presentarme. Siempre pienso lo difícil que debe ser manejar un país... Yo seguramente trabajo menos de la mitad que usted y a veces me encuentro aturdido por el estrés y los problemas. Tengo un puñado de empleados, todos me facturan y yo pago IVA, le aclaro por las dudas, y eso a veces no me deja dormir porque ellos están a mi cargo. ¡Me imagino usted! Tantos millones de personas a su cargo, ¡qué lío, qué hastío! La verdad es que no me gustaría estar en sus zapatos. Aunque le confieso que me encanta travestirme, amo los tacos y algunos de sus zapatos son hermosísimos. La felicito por su gusto al vestirse.

Mi vida transcurre de una manera bastante normal: trabajo en una radio de siete a diez de la mañana, después generalmente duermo hasta la una y almuerzo en mi casa. Tengo una empleada llamada María, que está conmigo hace quince años y me cocina casero y riquísimo, aunque veces por cuestiones laborales almuerzo afuera. Algunos días se me hacen más pesados porque tengo notas gráficas o televisivas o ensayos, pruebas de ropa, estudio el guión o preparo el programa para el día siguiente, pero por lo general no tengo una vida demasiado agitada.

Mi celular suena mucho menos que el suyo, y todavía por suerte tengo uno solo. Pero le quiero contar algo que ocurrió el miércoles pasado. Es que desde entonces mi celular no deja de sonar: Telefe, Canal 13, Canal 26, diarios, revistas, Télam... De pronto todos quieren hablar conmigo. Siempre quieren hablar conmigo cuando soy nota, y soy nota cuando me pasa algo feo, algo malo. Cuando estoy por estrenar una obra de teatro -mañana, por ejemplo- nadie llama. Para eso nadie llama. Llaman cuando estoy por morirme, cuando hago algún "escándalo" o, en este caso, cuando fui palangana para los vómitos de Luis D'Elía. Es que D'Elía se siente mal. Se siente mal porque no es coherente, se siente mal porque no tiene paz. Alguien que verbaliza que quiere matar a todos los blancos, a todos los rubios, a todos los que viven donde él no vive, a todos lo que tienen plata, no puede tener paz, o tiene la paz de Mengele.

Le cuento que todo empezó cuando llamé a la casa de D'Elía el miércoles porque quería hablar tranquilo con él por los episodios del martes: el golpe que le pegó a un señor en la plaza. Me atendió su hijo, aparentemente Luis no estaba. Le pregunté sencillamente qué le había parecido lo que pasó. Balbuceó cosas sin contenido ni compromiso y cortó.

Al día siguiente insistí, ya que me parecía justo que se descargara el propio Luis. Me saludó con un "¿qué hacés, sorete?" y empezó a descomponerse y a vomitar, pobre Luis, no paraba de vomitar. ¡Vomitó tanto que pensé que se iba a morir! Estaba realmente muy mal, muy descompuesto. Le quise recordar el día en el que en el cine Metro, cuando Lanata presentó su película Deuda, él me quiso dar la mano y fui yo quien se negó. Me negué, Cristina, porque yo no le doy la mano a gente que no está bien parada, no es mi estilo. Para mí, no estar bien parado es no ser consecuente, no ser fiel.

Acepto contradicciones, acepto enojos, peleas, puteadas, pero no tolero a las personas que se cruzan de vereda por algunos pesos. No comparto las ganas de matar. El odio profundo y arraigado tampoco. Las ganas de desunir, de embarullar y de confundir a la gente tampoco. Cuando me cortó diciéndome: "Chau, querido...", enseguida empezaron los llamados, primero de mis amigos que me advertían que me iban a mandar a matar, que yo estaba loco, que cómo me iba a meter con ese tipo que está tan cerca de los Kirchner, que D'Elía tiene muuuucho poder, que es tremendamente peligroso. Entonces, por las dudas hablé con mi abogado. ¡Mi abogado me contestó que no había nada qué hacer porque el jefe de D'Elía es el ministro del Interior! Entonces sentí un poco de miedo. ¿Es así Cristina? Tranquilíceme y dígame que no, que Luis no trabaja para usted o para algún ministro. Pero, aun siendo así, mi miedo no es que D'Elía me mate, Cristina; mi miedo se basa en que lo anterior sea verdad. ¿Puede ser verdad que este hombre esté empleado para reprimir y contramarchar? ¿Para patotear? ¿Puede ser verdad? Ése es mi verdadero miedo. De todos modos lo dudo.

Yo soy actor, no político ni periodista, y a veces, aunque no parezca, soy bastante ingenuo y estoy bastante desinformado. Toda la gente que me rodea, incluidos mis oyentes, que no son pocos, me dicen que sí, que es así. Eso me aterra. Vivir en un país de locos, de incoherentes, de patoteros. Me aterra estar en manos de retorcidos maquiavélicos que callan a los que opinamos diferente. Me aterra el subdesarrollo intelectual, el manejo sucio, la falta de democracia, eso me aterra Cristina. De todos modos, le repito, lo dudo.

Pero por las dudas le pido que tenga usted mucho cuidado con este señor que odia a los que tienen plata, a los que tienen auto, a los blancos, a los que viven en zona norte. Cuídese usted también, le pido por favor, usted tiene plata, es blanca, tiene auto y vive en Olivos. A ver si este señor cambia de idea como es su costumbre y se le viene encima. Yo que usted me alejaría de él, no lo tendría sentado atrás en sus actos, ni me reuniría tan seguido con él.

De todas maneras, usted sabe lo que hace, no tengo dudas. No pierdo las esperanzas, quiero creer que vivo en un país serio donde se respeta al ciudadano y no se lo corre con otros ciudadanos a sueldo; quiero creer que el dinero se está usando bien, que lo del campo se va a solucionar, que podré volver a ir a Córdoba, a Entre Ríos, a cualquier provincia en auto, en avión, a mi país, el Uruguay... por tierra algún día también.

Quiero creer que pronto la Argentina, además de los cuatro climas, Fangio, Maradona y Monzón, va a ser una tierra fértil, el granero del mundo que alguna vez supo ser, que funcionará todo como corresponde, que se podrá sacar un DNI y un pasaporte en menos de un mes, que tendremos una policía seria y responsable, que habrá educación, salud, piripipí piripipí piripipí, y todo lo que usted ya sabe que necesita un país serio. No me cabe duda de que usted lo logrará. También quiero creer que la gente, incluso mis oyentes, hablan pavadas y que Luis D'Elía es un señor apasionado, sanguíneo, al que a veces, como dijo en C5N, se le suelta la cadena. Esa nota la vio, ¿no? Quiero creer, Cristina, que Luis es solamente un loco lindo que a veces se va de boca como todos. Quiero creer que es tan justiciero que en su afán por imponer justicia social se desborda y se desboca. Quiero creer que nunca va a matar a alguien y que es un buen hombre. Quiero creer que ni usted ni nadie le pagan un centavo. Quiero creer que usted le perdona todo porque le tiene estima. Quiero creer que somos latinos y por eso un tanto irreverentes, a veces también agresivos y autoritarios. Quiero creer que D'Elía no me odia y que, la próxima vez que me lo cruce en un cine o donde sea, me haya demostrado que es un hombre coherente, trabajador decente con sueldo en blanco y buenas intenciones.

Cuando todo eso suceda, le daré la mano a D'Elía y gritaré: "Viva Cristina"... Cuántas ganas tengo de que todo eso suceda. ¿Estaré pecando de inocente e ingenuo otra vez? Espero que no.

La saluda cordialmente,

Fernando Peña

Anónimo dijo...

Qué bien escribís! Me encantó tu reflexión.
Alejandra Goity